A propósito de la reciente conmemoración del día de la Memoria por la Verdad y la Justicia. Recordamos a las víctimas de la dictadura militar, a las víctimas del nefasto Plan Cóndor.
1) Reflexionamos y analizamos críticamente la historia reciente;
2) Comprendemos las graves consecuencias económicas, sociales y políticas de los procesos de interrupción democrática; y
3) Nos comprometemos activamente en la defensa de los derechos y garantías humanos, y en la vigencia y ampliación del régimen político democrático.
Durante la última dictadura militar se ejecutó un plan estructurado conocido como Operación Cóndor o Plan Cóndor, un sistema formal de coordinación represiva para perseguir y eliminar militantes políticos, sociales, sindicales y estudiantiles en Brasil, Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay en colaboración con la Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana. Un plan así sólo era posible en el marco de la Guerra Fría y el fervor anticomunista de los regímenes militares de América Latina.
Se sostiene que el entrenamiento de militares latinoamericanos en las técnicas de torturas, asesinatos, secuestros y otros graves crímenes contra la humanidad, se realizaron en la Escuela de las Américas con sede en Panamá, institución creada en 1946 por el gobierno de Estados Unidos[1]. Entre los 60.000 estudiantes que pasaron por sus aulas se cuentan los argentinos Leopoldo Galtieri y Roberto Viola, el boliviano Hugo Bánzer Suárez, el panameño Manuel Noriega y muchísimos otros identificados como autores de graves masacres en países de América Latina, como el asesinato del arzobispo Romero en El Salvador[2].
El juez Abel Fleming describe que la colocación de una bolsa plástica en la cabeza de una persona, de modo de impedirle la entrada de aire por las vías aéreas superiores es una de las prácticas de la más refinada y cruel de las torturas. Conocida como el “submarino seco”, sólo se parangona con su similar el submarino que consiste en la inmersión de la cabeza en un cubo con agua. Sólo quien impone la tortura sabe cuándo va a cesar en la maniobra, y lo será antes de que se provoque la asfixia o el ahogo. Pero la perspectiva, desde la apreciación de la víctima, es la de la concreta sensación de muerte. En su instinto de supervivencia desesperadamente tratará de insuflar aire. Sin lesiones visibles y constatables clínicamente, esta tortuosa práctica provocará un sufrimiento psíquico y físico descomunal[3].
A pesar de la gravedad de las denuncias, de la constatación realizada por el médico de la policía, de la individualización de los torturadores, el juez de instrucción calificó los hechos como “apremios ilegales”, un delito obviamente menor que el cometido que nuestro Código Penal tipifica como “torturas”. Han transcurrido diez años de los hechos, pero no se conoce si hubo condena, si los autores fueron excluidos de la fuerza policial. Ello a pesar de tratarse de una causa de altísimo interés público.
¿Es esta la administración de justicia que el gobernador Sáenz quiere perpetuar? ¿No es necesario repensar la administración de justicia en clave de calidad democrática? ¿Seguiremos con el oscurantismo decimonónico? O avanzaremos hacia instituciones más transparentes, más democráticas, hacia un Poder Judicial que rinda cuentas a la sociedad.
En esta semana de reflexión invito a la audiencia a estar alerta porque a pesar de la recuperación democrática, la ideología autoritaria ha permeado nuestras instituciones policiales y judiciales y me lleva a concluir que “el Cóndor sigue volando”. Debemos actuar con decisión inquebrantable para que los resabios del nefasto Plan Cóndor que han permeado y persisten en nuestras instituciones, sean erradicados definitivamente. Este no es un tema menor.
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